Un pacto por la tórtola europea

Si visitamos las áreas abiertas de pinares, mosaicos agrícolas y zonas de huertas litorales de nuestra región, uno de los sonidos de la naturaleza con el que nos encontraremos es el arrullo de la tórtola europea. Con su incansable “turrr-turrr” al que se dedica su nombre latín (Streptopelia turtur) nos evoca la primavera y el verano. Pero los que caminamos por estos ambientes año tras año, en el que percibimos que su canto se va atenuando, continuamente nos preguntamos: ¿cuánto disfrutaremos de él?

Aunque puede parecer alarmista, es cada vez más urgente actuar sobre la especie. En base a los censos y estimas más recientes, la UICN calificó en 2015 la especie a nivel global como Vulnerable de acuerdo a una serie de criterios que tienen en cuenta el tamaño poblacional (en este caso, en Europa, se ha reducido en un 30-49 % en los últimos 16 años), la superficie ocupada por la especie y la magnitud y velocidad de los cambios que se producen sobre éstas. Puede parecer que calificar una especie como Vulnerable a nivel mundial no es tan grave. Tal vez no pensemos lo mismo al saber que se encuentra en la misma situación que otras especies mucho más carismáticas, como el león o el elefante africano. No es poca cosa.

La tórtola europea es un ave reproductora en Europa que migra hasta África para sobrevivir al invierno, concentrándose en las regiones situadas inmediatamente al sur del Sáhara. Siendo una especie viajera de largas distancias y asociada tanto en Europa y Asia como en África a ambientes abiertos, se ha visto en esta situación arrastrada por las múltiples presiones que se concentran sobre ella a lo largo del ciclo vital. Para conocerlos, os invito a subirnos a las alas de una hembra de tórtola que se reproduce en cualquiera de los mosaicos agroforestales del interior de la Comunidad Valenciana y vivir un año con ella.

Esquivando perdigonazos

Tras finalizar la reproducción, y haber conseguido en su segunda puesta que sus pollos hayan alcanzado la independencia, se prepara para el largo viaje que la lleva a África. Tras incorporar hidratos de carbono y reservas de grasa a su cuerpo, nuestra tórtola inicia el viaje recorriendo etapas de 200-300 km. El inicio del viaje hasta África no es nada fácil. En las regiones que tiene que atravesar, durante la media veda se cazan cientos de miles de sus compañeras. La presión se da ya en la Comunidad Valenciana cuando aún atiende su nido, ya que la media veda se inicia cuando aún algunas parejas están criando sus segundas puestas y cada cazador puede cazar 8 aves en cada una de las jornadas en las que se permite su caza. La presión se incrementa en Andalucía, el lugar en el que las tórtolas se detienen durante varios días para preparar el salto a África. Nuestra tórtola, con suerte, habrá esquivado cientos de perdigonazos hasta llegar a la costa sur de España, desde donde dar el salto a África sobre el Mediterráneo.

Cada año se matan 750.000 tórtolas

Desafortunadamente, una parte importante de las tórtolas europeas siguen el mismo camino, ya que su ruta migratoria pasa por España. Aquí las administraciones no hacen gala de la responsabilidad con que otros países la han protegido prohibiendo su caza, como son Bélgica, República Checa, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Alemania, Hungría, Irlanda, Letonia, Luxemburgo, Holanda, Eslovaquia, Eslovenia o Suecia. En algunos de estos países, además se realiza una importante labor para la recuperación de sus poblaciones. Es el caso del Reino Unido, donde con una reducción del 93 % de la población desde los años setenta, la situación de la especie es realmente alarmante. Sólo en España se matan todos los años más de 750.000 tórtolas (cifra de 2.010, la única disponible en la web del Ministerio de Medio Ambiente en un loable ejercicio de transparencia -¡¡!!-), lo que supone una mortalidad no natural insostenible en una especie que ya presenta una tendencia muy negativa. Resulta cuanto menos un despropósito que las aves que se consiguen recuperar en el Reino Unido y protegidas en más de media Europa tengan que atravesar la península Ibérica esquivando perdigones, y una fracción de éstas no lo consiga.

A nuestra tórtola le queda lo más duro del viaje: sortear el Sáhara por la vertiente atlántica en un sprint de entre 3.500 y 4.000 km recorriendo ambientes predesérticos, donde escasea el agua y el alimento, sin paradas largas, cubriendo una media de 200 km en cada etapa, que realizan de noche y a una velocidad media de 50 km/h. Una vez en sus zonas de invernada, ya en septiembre u octubre, nuestra tórtola se enfrenta a la intensificación agrícola en los bosques abiertos que utiliza y a la aplicación de pesticidas con escaso (o más bien nulo) control. Con suerte, nuestra tórtola sobrevivirá en pastizales naturales, o dedicándole un importante sobreesfuerzo para alimentarse en zonas agrícolas. Durante estos meses, habrá compartido espacio con algunos congéneres. Sin embargo, este otoño no ha podido reencontrarse con su compañero de reproducción en Europa: el viaje otoñal lo emprenden por separado y éste probablemente no alcanzó la zona de invernada donde se emparejó con ella el año pasado. Así que este año se ve obligada a emparejarse con otro macho.

Cruzar el desierto en pareja

Llega abril, y la meteorología y el fotoperíodo han ido cambiando en los cuarteles de invernada. Ante estos cambios, una serie de hormonas revolucionan el cuerpo de nuestra tórtola y su pareja, comenzando un nuevo viaje a Europa. Otra vez el difícil reto de cruzar el desierto, esta vez en pareja. Un desafío que muchos no logran superar, ya que mientras debían cargar sus reservas para el viaje, no encontraron suficiente alimento en campos en los que se aplican pesticidas que acaban con los insectos ricos en proteínas que les ayudan a cargar sus reservas. Por suerte, ya en mayo, cuando alcanzan la península Ibérica, no existe presión cinegética. No corren la misma suerte otras tórtolas que cruzan el Mediterráneo hacia Grecia. Allí, miles de escopetas guarecidas en pequeñas casetas entre la vegetación en la costa de las islas, esperan a verlas aparecer sobre el mar, agotadas después de volar entre 300 y 700 km sobre el Mediterráneo sin detenerse, para cazarlas.

La caza primaveral y cualquier otra muerte durante la migración prenupcial provoca un daño gravísimo a sus poblaciones. Si uno de los miembros de la pareja de tórtolas muere, el otro miembro tiene una probabilidad muy alta de no ser capaz de reproducirse. Sus hormonas se encuentran en un equilibrio en el que están preparadas para iniciar las cópulas y la puesta. Sin embargo, si una tórtola queda viuda, cambiar los niveles hormonales hacia un estado de búsqueda de pareja supone tanto a nivel fisiológico que, de lograr hacerlo, la probabilidad de éxito reproductor es mucho menor.

Una vez nuestra tórtola ha llegado a la misma zona de cría que el año anterior, se encuentra con el mismo problema de África. Aunque con menor intensidad, no menos importante para ella, ya que en este período clave del ciclo anual, la disponibilidad de hábitat en el que establecer sus territorios y la invertebrados se encuentra relacionada con el éxito que pueda tener su puesta. Nuestra tórtola no lo sabe, pero la Comisión Europea se encuentra ahora mismo en proceso de revisión de la Política Agraria Común. Y ella, junto con alcaudones, lechuzas, mochuelos, golondrinas, gorriones y calandrias, se juega su supervivencia con la decisión, o no, de impulsar una agricultura realmente verde que mediante incentivos reduzca la presión de productos químicos en los campos y fomente la biodiversidad de hábitats y especies.

Con esta historia contada a partir de una de las tórtolas alicantinas, valencianas o castellonenses, se evidencia que para cambiar el destino de la tórtola europea es necesario tener un enfoque global sobre su biología, teniendo en cuenta tanto las áreas de cría, de invernada y los territorios que visitan durante el paso migratorio.

Reducción de amenazas

Algunos ejemplos de ellos son las iniciativas que desde BirdLife están intentando coordinar la protección de sus hábitats y la reducción de las amenazas directas. Es el caso del proyecto Operation Turtle Dove, en el que se colaboran agencias interdepartamentales, fideicomisos e iniciativas de agricultura sostenible como Fair to Nature. Asimismo, existen iniciativas como Living on the edge, para desarrollar acciones de conservación en el Sahel. Las acciones, llevadas a cabo en Mauritania, Senegal, Burkina Faso y Nigeria, buscan sobre todo la restauración de humedales y formaciones arboladas autóctonas, con gran beneficio para las comunidades locales y otras especies de aves migratorias. Y en Europa hay iniciativas como LivingLand, con la que más de 250.000 europeos reclaman una Política Agraria europea más justa con los agricultores y más responsable con el medio ambiente y la biodiversidad agrícola, de la que depende la tórtola.

Durante estos meses en las que las tórtolas migran por nuestros campos, y cada primavera, cuando veáis una de ellas o escuchéis su arrullo, recordad el viaje lleno de peligros y amenazas que ha afrontado la tórtola que nos ha acompañado en este artículo. Sus arrullos y vuelo alegre y enérgico típico de un campo vivo no pueden abandonar nuestros campos. Necesitamos un pacto regional, nacional e internacional para salvar la tórtola, sin medias tintas. Necesitamos agricultores, cazadores, ecologistas y políticos de acuerdo para conservar esta especie emblemática de nuestros campos. ¡Necesitamos campos con tórtolas, necesitamos campos vivos!

Nota: los períodos de migración, lugares de invernada y rutas migratorias han sido extraídas de un trabajo realizado a partir de ejemplares de las poblaciones de Europa Occidental equipados con emisores satélites, que puede consultarse en este enlace.

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