LOS COLORES DE LANZAROTE, LA ISLA DE CÉSAR MANRIQUE

Lanzarote es una isla unida en su destino a un gran creador del siglo XX. El artista César Manrique convirtió la isla en su mayor obra dentro de un innovador respeto por el espectacular entorno natural que ofrece. Manrique fue pionero en la defensa de la naturaleza en su estado puro por evitar la masificación del turismo en una batalla que no consiguió ganar del todo. No obstante, Lanzarote conserva buena parte de su encanto volcánico más salvaje.

Atravesar de las nubes es una experiencia plástica, siempre inesperada y cambiante. Cuando el avión inicia el descenso enfilando el aeropuerto de Arrecife la primera imagen es de color blanco. Los edificios, las casas y cualquier construcción presentan una tonalidad uniforme de marcado aspecto veraniego. Los caminos de Lanzarote oscilan entre el negro, el ocre o el marrón distribuidos en formas tan perfectos que superan cualquier imaginación humana, exceptuando la mente privilegiada de un mesías del arte y la vida. César Marique es un artista total que más allá de la escultura, la arquitectura y la pintura convirtió la pasión que sentía por la isla donde nació en su mayor obra. Un "contemporáneo del futuro" como él se definía, que después de viajar por el mundo para mostrar su arte, volvió a Lanzarote para dedicarse en cuerpo y alma a poner en valor los tesoros naturales de un paisaje único y sorprendente, nacido, como él, de las entrañas de la tierra.

El hombre es peligroso

En la España de los años 60, cuando el ecologismo o la sostenibilidad eran palabras directamente inexistentes, Manrique lanzó por primera vez un mensaje de alarma; hay que preservar la naturaleza frente la voracidad humana porque "el hombre es un animal bastante peligroso, que puede destruir este planeta en poco tiempo" como gráficamente evidenciaba con la vehemencia que le caracterizaba. Su conciencia ecológica era un complemento de una visión lúdica y optimista de la vida. Su idea era atraer un turismo selecto que respetara un paisaje prácticamente inalterado. Pero la hambrienta especulación urbanística siempre lo acaba fagocitando todo. En muchas partes de la isla se elevan muestras del parque temático de sol, piscina y bufé libre que tan bien le funciona a las grandes cadenas hoteleras.

Foto: Fèlix Tena

La Graciosa y Ye

A pesar de todo la esencia de Lanzarote continúa viva en parajes como los enormes acantilados de Famara, situados al norte, un macizo que alberga la tierra más antigua de la isla. De su erosión nacen unas extensas playas de 6 kilómetros de largo donde la fuerza del Atlántico muestra todo su poder en unas olas que atraen los amantes del surf, y que de pequeño formaran la tempestuosa personalidad de César Manrique. Sobre estos gigantes de piedra está incrustada una de las primeras intervenciones arquitectónicas del artista; el Mirador del Río, un observatorio integrado en el paisaje que permite admirar la vecina isla de La Graciosa, separada por un estrecho canal de dos kilómetros que los isleños llaman "el Río". Cerca de allí vale la pena visitar el pueblecito de "Ye", un nombre corto que nada tiene que ver con los seguidores de los Beatles y mucho con el famoso vino que sale de las cepas rodeadas por artísticos muros de piedra volcánica que las protegen de los fuertes vientos. Este es el punto adecuado para afrontar la senda que asciende al volcán Corona, el más elevado de Lanzarote con 609 metros de altitud, un fácil paseo que en un día claro permite admirar toda la isla, que abarca unos 70 kilómetros cuadrados, o descender al cono del volcán. De allí manaron las lavas que construyeron los túneles volcánicos conocidos como los 'Jameos del Agua', unas formaciones provocadas por el desplome del techo, que descubre la belleza interior de la isla que Manrique incorporó a su catálogo de intervenciones con una adaptación de sueño tropical. El viaje bajo tierra continúa explorando la 'Cueva de Los Verdes', donde se puede escuchar música en directo en un auditorio de acústica excepcional diseñado por el imprescindible Manrique. El creador convirtió la lava en su casa después de descubrir por casualidad unas descomunales burbujas provocadas por una erupción volcánica, cuando paseaba cerca Taro de Tahiche. Adaptó el espacio a las necesidades de una vivienda respetando siempre el entorno. Después él mismo lo transformó en un edificio visitable que ocupa la sede de la fundación que lleva su nombre.

Mucho más joven es el origen de Timanfaya. La parte más conocida de Lanzarote emergió de la profundidad hace menos de tres siglos. El parque nacional ofrece una variedad cromática y escultórica que supera cualquier creación humana. Toda la isla, declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO, es una gran paleta de coloreas insólitos que visten formaciones geológicas espectaculares, nacidas de las entrañas del planeta para crear un paisaje asombrosamente moderno. Una obra, como acostumbraba a decir César Manrique, mucho más artística que cualquier exposición de pintura. En Lanzarote el medio ambiente es un arte.

Foto: Fèlix Tena

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