La paradójica travesía del verano agroecológico

Una de las modernas paradojas de la agricultura, convencional y ecológica, es que en verano se va de vacaciones. Una afirmación que no hay que tomar al pie de la letra.

Una de las modernas paradojas de la agricultura, convencional y ecológica, es que en verano se va de vacaciones. Una afirmación que no hay que tomar al pie de la letra.

Esto es sorprendente, porque las cosechas agrícolas más rentables se dan entre junio y septiembre: cereales, frutas i verduras.

Los meses estivales también se emplean en la preparación de la tierra para la nueva sementera. Y los ecolabradores, además de ajustar su producción primaveral para el bajón de los meses estivales, se emplean a fondo en el huerto preparando nuevos cultivos.

Hasta hace no mucho, el invierno, entre diciembre y marzo, el campesino descansaba después de la siembra del cereal, o haciendo una pausa para la siembra tardía, sobre todo el campesino de secano. Donde había olivos, se recogía la aceituna en invierno, después de acabar las labores de poda y arado de las viñas.

En zonas de regadío extenso, como la Huerta de Valencia y algunos los valles costeros de las provincias de Alicante y de Castellón, la primavera y el verano han sido siempre estaciones de trabajo incesante. No debido a los cítricos, que para esa época ya están enderezados y basta con atenerlos y regarlos.

La gran faena del labrador de la Huerta se la dan las verduras y las frutas.

Sin embargo, y ahora hablamos en concreto de la producción biológica, el verano supone un descenso del consumo. La razón es bien simple: la gente se va de vacaciones. El ecolabrador tiene dificultad para colocar sus cosechas.

Por un lado, los pequeños cultivadores de verduras, se encuentran con que sus clientes disminuyen sus pedidos por las vacaciones. La temporada fértil de la berenjena, el tomate, el pimiento, el calabacín, el pepino, la sandía, el melón y otras frutas como el melocotón, la ciruela y la cereza, se enfrenta a una “retracción de la demanda” por ausencia de consumidores.

Esto se advierte en mercados ya establecidos como el de los sábados de , donde los puestos se reducen a la tercera parte. Por contra, otros mercados con arraigo, como el de en la Marina Alta, aprovechan la presencia de turismo, en especial foráneo, para ofrecer todo lo que han cosechado, cada domingo por la tarde. Por cierto, en la Marina a estas alturas empiezan a disfrutar de la uva blanca de mesa, que a final de agosto estará en su apogeo.

Por otro lado, los bioproductores valencianos dedicados a la exportación se encuentran con sus mercados naturales centroeuropeos saturados. La razón es que el verano también llega al norte, y son multitud los agricultores ecológicos alemanes, belgas, holandeses, daneses, austriacos, etc. que cultivan verduras y frutas. Allí el estío es temporada alta de venta agroecológica.

La diversidad de frutas de verano que se producen en los fértiles campos europeos colma los caprichos más sofisticados de las economías medias y potentes que eligen la bioalimentación.

Porque hay que reconocer que los productos agrícolas centroeuropeos son caros. De ahí que en determinados supermercados alemanes, por ejemplo, también en verano se puedan comprar tomates españoles, a mejor precio. Este espacio reservado al producto de fuera más barato es el que aprovechan los bioexportadores españoles, en especial los valencianos, los murcianos, los andaluces y los catalanes.

De vez en cuando, en los medios agrícolas ecológicos se habla de la posibilidad de aprovechar los desplazamientos vacacionales para mantener el nivel de consumo, aproximando la oferta al “ecoturista”. Pero es un trabajo difícil por lo que tiene de encaje de bolillos.

La densidad del mercado ecológico es todavía precaria, y se concentra en las grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza o Bilbao.

Si los pimientos o los melones bio que un labrador certificado (o no, depende de si utiliza circuitos SPG, Sistemas Participativos de Garantía, véase el artículo anterior) NO envía a las grandes urbes, porque se han vaciado de consumidores exigentes de economías saneadas, pudiera colocarlos en los lugares donde estos consumidores veranean... Algo bastante complicado de acertar.

Otra de las aspiraciones de los pequeños agroecos es organizarse con los consumidores. Bien en asociaciones, bien en cooperativas, bien en grupos de consumo locales. Se trata de planificar los cultivos de acuerdo con las preferencias del que comerá lo que el labrador ha plantado y cosechado, y de acuerdo con las posibilidades del cultivador. En pocos lugares se da esta relación, que no suele ser fluida por razones técnicas y porque cada consumidor es un mundo, y sus deseos no pueden reducirse a una lista fija de productos.

De ahí la importancia del papel de los mercados locales, de barrio, mercadillos periódicos y fórmulas de venta libre y arriesgada

En definitiva, el mercado no es un ente alfanumérico ni un monstruo devorador de conciencias. Y un mercado tan sometido a controversia como el ecológico (en crecimiento, en debate en cuanto a su dimensión, con frecuencia ideologizado, y localizado en unas pocas ciudades) es todavía más difícil de comprender y de satisfacer.

Gran importancia tiene el papel de la Administración, como facilitadora de la agricultura ecológica. En la próxima entrega de Collita, informaremos de cómo se está organizando de cara al futuro inmediato la Conselleria d'Agricultura, Medi Ambient, Canvi Climàtic i Desenvolupament Rural para dar respuesta a la multitud de problemas sin resolver en el campo valenciano, tanto en su manifestación mayoritaria y convencional, como en la agroecología, que al parecer la consellera Helena Cebrián desea impulsar para expandir su saludable ámbito.

Etiquetas